José Mari Fernández cuenta sus andanzas por Cuba

«Les dije que para comer patatas me volvía a mi pueblo»
José María Fernández revive la experiencia de su estancia en Cuba, donde le dejaron «tirado» en 1951
A gente sencilla, como a José María Fernández, la vida les puso un día entre la espada y la pared. Unas viejas maracas, una fotografía, un montón de revistas y muchos recuerdos es lo que le queda a este calceatense de su forzoso periplo por Cuba, entre 1951-52, donde, con 24 años, le dejó literalmente tirado un tío que prometió llevarle a Estados Unidos. José María subsistió trabajando en una editorial ('Luz-Hilo'), hasta que no pudo más. Y volvió. «Por poco España pierde un súbdito y Cuba gana un hijo», dice una de las frases con que le despidieron algunos de los amigos que hizo.
-¿Cómo entró a trabajar en la editorial?
-Por mediación de Lucilo Gómez de la Peña, que vivía aquí y era primo de Lucilo de la Peña y Cruz, que fue ministro de Comercio en Cuba, periodista, abogado... Una eminencia. Llegué a Cuba a través de un tío, también de aquí pero que vivía en Estados Unidos. Tuvimos que ir primero a La Habana para, después, pasar a Estados Unidos. Pero a mí no me llevó. Me dejó tirado en Cuba y tuve que buscarme la vida.
-¿Cuál era su trabajo?
-Un rectificador; como un corrector. Leía todo lo que salía de la linotipia, lo repasaba y, si veía algo mal, lo rectificaba para pasarlo a los cajistas y, de allí, a las impresoras. Allí, se editaban revistas, sobre todo: 'Gente', 'Lux', 'Carteles', 'Realidades'... Muchas. Era de las empresas más grandes de Cuba. También editaba el boletín oficial del Estado.
-Si se lo leía todo, debía estar muy informado de lo que ocurría...
-Sí, lo leía todo. Hasta viví el 'madrugón' del 10 de marzo de 1952. Aquel año, Fulgencio Batista dio un golpe de estado al entonces presidente Carlos Prío. De la noche a la mañana, se fue a la calle.
-¿Le afectó a su trabajo?
-No. No afectó a nadie. Al presidente, claro: le llenaron las maletas de dinero y, venga, al exilio. Je je. Aquéllo era muy movido...
-¿Ha desaparecido la editorial?
-No creo. A todo el que va a Cuba le doy la dirección: en la calle Compostela 613, entre Sol y Porvenir.
-Sólo estuvo un año. ¿Por qué lo dejó?
-Dije que me venía, ya que ganaba muy poco. Me dieron una habitación en la editorial y allí vivía, pero tenía que comer, vestir... Ganaba cinco dólares a la semana y, con eso, me las arreglaba como podía. Luego me subió a 10 porque yo se lo pedí: «Para comer patatas me marcho a mi pueblo», le dije. Pero no, no aguantaba más.
Dos pellas
-'Cuando me fui de Cuba dejé mi vida, dejé mi amor...', dice la canción. Y usted, ¿dejó algo?
-Por lo menos dos 'pellas'...jeje. Pero las resarcí después. No tenía dinero y me tuve que venir. Lo siento... Eso sí, me hicieron una despedida que ¿madre mía!... Políticos, obreros, todos... En el 'Puerto de Sagua', un bar-restaurante. ¿Tremendo! Me hicieron carteles, poesías, una foto que aún guardo...
-¿No ha vuelto nunca a Cuba?
-No. Estando Fidel Castro no voy, porque lo tiro por el balcón... Lógico. Su aptitud y mentalidad no me entran.
-¿Había libertad en la época en que estuvo trabajando allí?
-Una libertad total, en todos los aspectos. Hoy aquello debe ser un desierto, pero controlado, donde no te mueves si no te lo dicen quienes mandan.
-¿Cómo recuerda su regreso?
-Volví en barco. Había ido en avión pero quise hacer la vuelta en barco. No sé, por probarlo todo. El que me llevó dejó pagado, a un tal Rafael Menacho, el regreso. Con sus hijas todavía me carteo. Y es que aún conservo amigos. Anteayer mismo recibí una carta de New Jersey, de un amigo cubano que se fue a Estados Unidos cuando llegó al poder Fidel Castro.
0 comentarios